Según me van pesando los días, me observo y veo con desconcierto mi figura en el espejo. Se me está poniendo cara de huevo cocido,colega.
Si bajo la mirada y observo todo el panorama, le doy un cierto parecido a las gallinas golletas.
A decir verdad, soy calcado a la golleta, ¡¡qué puñeta!!
Ambos tenemos andares desgarbados, mirada ausente. Ganas de cacarear. Tic repentinos. A ambos nos encanta el pepino y tumbarnos a la sombra de un olivo.
Tenemos, según mis cuentas, algunas pequeñas diferencias. Ella ponía todos los días un huevo de dos yemas. Yo por más que lo intento, a lo que se ve nunca me llega a cuajar y no voy a decir lo que llego a echar.
¿Me estaré volviendo gallina? ¿Lo mismo lo he sido siempre y me doy cuenta ahora de repente?
Me encanta picotear por aquí y por allá. Me encanta el olor a cuadra. Los perfumes del muladar.
Por las ortigas pierdo el sentido. Las mejores que comí jamás las preparan en un sitio dedicado a preparar productos selectos de la mar. Se llama el campero. Gran contradicción compadre.
El cereal lo he incorporado a mi dieta. Como maíz y trigo integral.
¿Pero quién me iba a decir a mí, siendo más del campo que un chaparro, y teniendo ya esta edad que el salvado me iba a pirrar?
¿Haré buen caldo?
No sé, no sé. La mezcla perfecta en mi caso sería, mitad gallina, mitad guarro
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