Me cago en el par de zapatos que me martirizan desde que decidí estrenarlos. O sea sé, ayer.
¿Quién me mandaría mercarlos?
Son bonitos. De piel. Negros. Me oprimen los juanetes de los dedos. Me hacen rozaduras por atrás y le dan a mí caminar, un bamboleo más chulo de lo que es normal.
Estoy sopesando si tirarlos o quemarlos.
Ni de coña pienso regalarlos para hacer un enemigo íntimo, cuando se los llegué a probar.
Al principio parecen cómodos, pero a los cuatro pasos, se empiezas a meditar si no sería mejor amputarse ambos pies o andar descalzo
Eso.
Que le metería fuego a mis zapatos sin dudarlo.
Pero se le ha acabado la piedra a, mi mierda, mechero.
1 comentario:
Cuentan de uno que tenía tan pocas alegrías en su vida que se calzaba unos zapatos tres números menos que el suyo, por la satisfacción que sentía al quitárselos... ;-P
Besos, melón.
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